Libertad de los niños en peligro
Hace unos meses, Joan y yo nos encontramos en un parque cercano a casa con una madre y sus dos mellizas, y nos acercamos para que pudieran jugar juntos. Entablamos la típica conversación con la madre sobre cuando se habían soltado a andar sus niñas (a Joan todavía le faltaba un poquito) me contó algo que me dejó estupefacta. Mientras sus mellizas andaban torpes pero alegres por el césped, me dijo que en casa no las dejaba andar, las tenía siempre en el tacatac, para evitar que se hicieran daño o que pudieran estropear cosas de la casa.
Y ayer, sin ir más lejos, íbamos por un amplio paseo del pueblo y un padre le decía a su hija de poco más de un año “puedes andar por aquí, pero sin salirte de la línea”, refiriéndose a que sólo pisara una línea de baldosas. Por un lado, una niña tan pequeña es incapaz de entender esta orden, pues su neocortex está todavía por desarrollar. Por otro, al no poder cumplir con la condición del padre, este la volvió a meter en el carro. ¿Qué pasa a los padres de hoy en día? ¿Por qué nos empeñamos en poner normas absurdas e innecesarias a nuestros hijos?
Hoy me he levantado indignada, oiga… Es que contínuamente veo como padres, madres, abuelas y abuelos no dejan jugar a los niños libremente, tocar la tierra, el agua de la fuente, el cesped, las piedras… Explorar el mundo, en definitiva. Estoy cansada de oir “eso no, caca”. Parece que el mundo está infectado y que es más importante llevar el niño limpio como un trofeo, que permitir que el niño explore, se divierta, tenga libertad de movimiento (obviamente siempre con sentido común y evitando peligros).
Parece que los adultos somos muy caprichosos y nos gusta controlar todo lo que hacen, hasta a lo que juegan…
Más casos: un niño absorto jugando con las piedrecillas del parque, el padre lo coge y dice “ven, vamos a jugar en el columpio” y se lo lleva, interrumpiendo a su hijo y su juego libre. Mientras, una niña pequeña disfruta tocando y descubriendo las texturas y los cambios de color que tiene la madera de un columpio cercano, está muy interesada, está feliz. Pero parece que a su abuela se le ha antojado que salte de sus manitas sobre un banco que hay al lado, la niña no quiere, pero ella la coge a la fuerza, “ven, verás que divertido”, le dice.
No creo que haya padres, ni madres, ni abuelas y abuelos malintencionados. Pero sí muchos que no son conscientes de las necesidades de los niños, que no se ponen en su piel, que no se dan cuenta. Imagináos por un momento, que alguien os dice en todo momento que es lo que tenéis que hacer “Ahora camina por aquí… Ahora deja de dibujar y ponte a jugar al fútbol… Veo que estás muy agusto tomando el sol, pero quiero que te bañes en la piscina ahora mismo”… Parémosnos a pensar ¿realmente son necesarias las cosas que les pedimos?
Los niños de hoy en día, son mucho menos libres de lo que fuimos nosotros. Muchos de nosotros hemos podido jugar en la calle, ir al cole solos… parece que cada vez gozan de menos libertad. A menudo pienso, y me da un poco de miedo, pensar como será la sociedad del futuro, los niños son los adultos de mañana. ¿En qué se convertirán estos niños acostumbrados a ser dirigidos, a recibir órdenes en todos los ámbitos de sus vidas, niños cuyas alas han sido cortadas y a los que no se les permite ser espontáneos?
Es hora de ser más conscientes de las necesidades de los niños, de adecuar las casas a los niños y no los niños a las casas. De guardar las figuritas de cristal o de porcelana y de poner los cactus en una estantería más alta. Dejemos a su alcance lo que puedan tocar, dejemosles descubrir su entorno con libertad, dejemos de ponerles normas que no pueden cumplir, ahorremos en enfados y discusiones nuestras, y ahorremosles a ellos tristezas y llantos por cosas que carecen de importancia en realidad.
Vestimos a los niños como pequeños adultos, y parece que bajo esa apariencia tan graciosa, se nos olvida que no son “mini-yos”, que son niños pequeños. Los bebés y niños pequeños no son manipuladores. Los manipuladores somos nosotros.
Y esto último no es que lo diga yo, lo dice la ciencia. Gracias a la neurociencia podemos saber cómo funciona el cerebro de los bebés y niños pequeños.
La vida de los bebés es regida por el cerebro reptiliano (que regulan los mecanismos de superviviencia: hambre, calor, bienestar) y mamífero (necesidades afectivas). El proceso de mielinización, que pone en conexión las neuronas, no finaliza hasta aproximadamente los dos años de edad.
Esto quiere decir que hasta ese momento el neocortex (responsable del pensamiento racional, abstracto y del lenguaje) no comienza su funcionamiento, y lo hace poco a poco, hasta los seis años aproximadamente. Por lo tanto NO es cierto que los bebés o niños pequeños nos quieran manipular, sino que son más impulsivos, porque su neocortex, parte del cerebro racional todavía está en desarrollo. Así que no les pidamos más de lo que ellos pueden dar. Y favorezcamos un entorno con libertad, óptimo para su desarrollo y sus necesidades, evitando la fustración de exigirles lo que todavía no están preparados a hacer.